miércoles, 3 de diciembre de 2014






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De cómo el corazón de una madre vuela solo, como, cuando y a donde le da la gana


Vuelo número 1

La noche que se fue habíamos puesto el despertador para las cuatro y media de la madrugada. Era un martes. Desde aquel día, sin  saber porqué, todo los martes me despertaba a esa hora con una extraña sensación de felicidad, que en principio atribuí a las cuatro horas que todavía me quedaban de descanso. Como tengo la suerte de solo dormir entre cuatro a seis horas, ese despertar me traía de regalo mucho más de la mitad de una cualquiera de mis noches. Una auténtica fiesta. Así, cada martes a las 4:30, me sentía como de festivo y sin agobios en la web.
Pero no tardé mucho en descubrir que aquella dulce alegría procedía de otro lugar. Porque al quinto martes, mientras mis ojos se abrían y mi cuerpo se incorporaba buscando el móvil para ver la hora, pude atrapar el sueño que me habitaba. Y es que en él volvía a ser aquella madrugada de agosto, justo antes de levantarme para llevarlo al aeropuerto y darle todavía unos cuantos abrazos más antes de que cruzase el charco y se asentase junto a la falla de San Ándres. No en otro sitio :)

Me faltan: su tacto y su olor. 
Me sobran: la falla de San Andrés y las noticias sobre pistoleros y armas no prohibidas.









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Vuelos número 2

Desde que duermo sin compañía, había consentido a mi cuerpo la libertad de encontrase con el sueño en cualquier lugar de la casa. La semana con A. solía dormir arriba - la habitación más cercana a la suya- y la semana sin él en la mía - la mas cercana a los amigos que me acompañan desde el ordenador-. Otras veces amanecí en el sofá de arriba, en el de abajo, en incluso en la auto. Hasta que un día descubrí que donde mejor descansaba era en el hueco que ocupaba C. antes de irse a Sevilla.  


También fue mi corazón de madre el me llevó hasta allí.

Sin preguntarme el porqué seguí abandonándome al sueño por las habitaciones vacías, menos por “la mía”.  ¡Pobre habitación! la trato como si tuviese alguna culpa... Esto es porque en ella pasé demasiadas horas enferma y muchísimas horas sola.  Pero no es eso lo que me produce ese desazón, no, si no los buenos recuerdos, tanto con J. como con A. 

Nuevo vuelo, esa vez hacia el este de mi memoria (el pasado está a la izda, al menos si estás leyendo)

 Así, con mi cuerpo de cama en cama, llegó el verano lleno de hijos y con el la mudanza de la primera casa de mi hijo mayor. Todos sus cachivaches los metimos derechitos de la auto a mi habitación. Era tan sencillo, solo había que abrir la ventana y llenar la cama y el suelo de todo tipo de objetos con los que había construido su primer y y maravilloso hogar. La entregué deliberadamente para que no hubiese revoltijo en el resto de la casa, creí. En realidad no la entregaba, la enterraba bajo los objetos cargados de ilusión de la primera casa propia de mi hijo mayor. De eso modo conjuraba, con la energía de sus jóvenes proyectos, la decadencia que la habitaba desde hacía siglos ya.

Fue con motivo de esta mudanza que uno de los colchones acabó en el suelo tras el sofá del "cine sin bombilla ni películas" y en ese colchón me dejé caer yo en vuelo rasante. 

“Una madre hippye” - dijeron ellos.

 Me preguntaron si en él descansaba y dormía bien, y A. se ofreció a cederme su cama y a dormir él allí, pero yo me negué, porque en aquel rincón, por primera vez en un año, me sentía bien.

Esta vez mi corazón de madre se había metido en el hueco que había dejado A. cuando decidió hacerse comunicador audiovisual. 

Me conté a misma, soñando, que aquello era lo más parecido al tranquilo placer de vivir de camping, escuchando al viento jugando con los árboles y las olas del mar. Lo más parecido e ese dormir con la luna encima y las gotas de la lluvia sonando tan vivas contra el techo de la auto,  a ese domir sin las alertas de una casa tan grande llena de los nuevos sonidos que nacen con la soledad, A ese dormir sin mi arma preferida y con paz.  Me lo conté una noche de hermosos sueños en lo que una María muy sabia de apellido Inconsciente le hablaba a la ignorante María Córtex Cerebral de la similitud del estar en "mi nueva habitación" con el estar en la auto. le contaba que en ambos sitios tenía una cama encerrada en una esquina amaderada bajo un trozo de cielo con cristal.  Pero la María sabia tampoco sabía la verdad, porque lo que en realidad me lleva cada noche a mi cama hippye, que ahora ha aumentado en altura con otro sobrante colchón,  es que en ella me siento sintonizada con los tres, con los que duermen y respiran al otro lado de la pared, y con él, mi niño de la otra orilla del charco, que durante años durmió donde ahora lo hago yo.





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Tercer vuelo

Mi ropa está hecha una mierda, tan mierda como se ha vuelto el mercado en el que apenas encuentro nada que valga la pena comprar. Los comercios, prohibidos para mi, mi prudencia en el gasto y sobre todo mi super ocupación, han conseguido que desgaste la ropa al mismo ritmo que consumo mis días. Así que para dormir cojo una de sus camisetas, para "entrenar" otra camiseta más, para ir la monte un jerseicito,  o una sudadera para sentirme calentita en el ordenador. Pero todo esto no es porque mi ropa esté vieja, ni por el frío, ni por sudar o tenerme que abrigar. No, lo es porque en cada una de sus cosas sigue presente su olor, el olor de su casa, el olor de esa independencia creada con valentía, ilusión y las infinitas horas grabando, tocando, editando y viajando de aquí para allá;  por el espejismo de su tacto, por los abrazos prendidos en sus mangas y por esa milésima de milisegundo que mi cerebro se engaña viéndole a él cuando nos cruzarnos con un espejo...
Y es que en tiempos de sequía tocar un gota de lluvia es como tocar el cielo.

- Mi corazón es feliz con la ilusión de su nueva vida y su nuevo trabajo. Lo merece, como todos los que fabrican su camino siguiendo los pasos de sus sueños, en este caso múltiples, como él.  Mi niño grande, ese que es capaz de todo lo que se propone e incluso de lo que no, ese que en todas partes encuentra amigos que lo quieren a rabiar,  el mismo que hoy te cuenta que ahora ya es su novia y mañana te dice que si quieres ir "a firmar unos papeles" o si te apetece llevarle al aeropuerto que se va...:) El mismo que está a la otra orilla del océano, (en otro planeta, para mi que no tengo cohete...)
Menos mal que tengo un corazón volador que sin pedirme permiso me conduce a donde siempre esté más cerca y "más mejor". 

Le he contado lo de la ropa, y de como pierde el olor a él y a su casa según la voy lavando yo, y me ha prometido que en Navidad la usará toda antes de volverse a marchar a su Silicon Valley

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