lunes, 31 de diciembre de 2007

Trozos VII: Balada desentonada (Follow that Dream))





Hace un tiempo caí en la cuenta de que lo que me estaba sucediendo podía ser irreversible. Antes cuando era niña era capaz de cantar cualquier melodía que sonara en mi cabeza, incluso a los veintitres años, cuando tuve primer hijo, podía, pero durante un tiempo me resultaba cada vez más difícil.

Oigo perfectamente dentro de mi cualquier canción, pero hacerla salir por mi boca ya es otro cantar. Desentono de tal modo que puedo distinguir perfectamente lo que suena dentro y fuera a la vez que intento cantar. Es algo horrible. No había caído en la cuenta . No es que quiera ir de karaokes, (si alguna vez lo deseara pido ser dopada o lobotomizada) pero es que la diferenciación entre lo que suena dentro de mi cabeza y lo que emito intentado su repetición es tan diferente que por aquel tiempo me asustó. No saber cantar una canción, para mi que no soy música, no es muy importante pero si lo es cuando me me ocurre en otros ámbitos cerebrales...

¿Y si todas las historias que conservo dormitando en mis pliegues corticales comienzan a salir de mí sin los tintes precisos de todo aquello que mamé inconscientemente?

¿y si comienzan a salir sin olor, sin dolor, sin amor, sin ranas ni mariposas, sin flores ni sables, si piel, sin frio ni calor, sin hambre, sin hastío, sin horror, sin fascinación, sin nausea , sin saliva ni otras humedades, sin miradas que lo entienden y lo expresan todo, y como si no hubiesen dejado huella en mi ningún beso, caricia, ni orgasmo?

¡Dios!, no puedo recordar sin pavor el día que hablé de mi amigo gordito, amable y guapísimo, que siempre iba con su hermana pequeña colgada a la espalda, que durante tanto tiempo fue para mi un hermano que ni pegaba ni insultaba, aquel que tenía esa risa tan maravillosa a pesar del miedo a los cinturonazos de su padre. El niño, mi amigo que asustado se quedó dormido una vez bajo su escondite cama y salió a buscarlo todo el barrio. Él, que tenía un balín alojado en una pierna que le subía y bajaba por ella, y al que un hermano mayor, cuando todos éramos pequeños, quiso operar con una hoja de afeitar encima de la mesa de la cocina. El mismo niño al que una vez mordí en el culo por no cogerme en brazos para mirar a través de su ventana como marchaban mi madre y la suya. (Por aquel culo sentí el mayor de mis arrepentimientos) El muchacho que hacía la mili en Madrid cuando yo fui a la conquista de la informática, con quien yo volvía a mi casa en el autobús de los soldados sintiéndome tan amiga. El que me cubría las espaldas cuando en vez de llegar a casa quedaba en santiago para poder pasar una noche con mi enamorado.
No podéis imaginaros lo horrible que es hablar de él, muerto hace nada por un picotazo de avispa en un dedo, sintiendo una emoción tremenda al conocer la noticia y narrarlo del siguiente modo:
“Se murió un vecino de mi barrio, el hijo de Elena, vivía en el bajo”. Por dentro una balada tristísima y llena de cariño y por fuera una canción absurda y desentonada.




Estoy aquí porque tengo miedo a perder todo lo que llevo dentro y no ser capaz de narrarlo como hasta ahora. Porque la vida pasa y aunque las historias que me habitan impregnan toda mi existencia necesito volcarlas, hacerlas material legible antes de que la vida me las convierta en meros e insípidos recuerdos. No se si tendrá que ver con la edad, con las hormonas o con la hipoteca..., pero de pronto siento pavor pensando en que mi existencia, tan llena de amor y de historias, se reduzca a interpretar una balada desentonada.



Algo así escribí hace tres años. Un hijo mío, mediano, generoso, sorprendente, y filósofo en construcción, me enseñó, con insistencia y grandes dosis de paciencia, a cantar esta canción. Juntos engañamos a mi cerebro para que el efecto mariposa afinase a la vez el resto de mis neurotransmisores...


Lo consiguió. La sé cantar sin desafinar y sigo viviendo entonadas todas y cada una de mis baladas. Puedo hablar y escribiir de lo sucedido, pero además de lo vivido y sentido... si me da la gana.

Esta es la letra de la canción que cuelga en la entrada. Bruce la borda con sus labios carnosos y su mentón de amante macarra. Viéndolo interpretarla creo en la obligación de perseguir mis sueños. He de confesar que además de creerlo me provoca algunas cosa más... como ganas de cuello y labios, muchos labios.




FOLLOW THAT DREAM (Bridge School Night) (el vídeo de la entrada)




If your heart is restless


Been waiting so long


If you're tired and wearyand


you can't go on


And a distant dream


is calling you


Then there's just one thing


you can do


Follow that dream


wherever it may lead


Come on now, follow that dream


To find the love you need


Come on follow that dream


Now I've been searching


for a heart that's free


Searching for someone


to search with me


I need a love


A love I can trust


Together we'll search for the things


that come to us In dreams,


wherever they may lead


Come on now, follow that dream


To find the love you need


Come on follow that dream


Now everyone has the right


to live


The right to a chance


to give what they have to give


the right to fight


for the things they believe


for the things that come to them in dreams


In dreams, wherever they may lead







domingo, 30 de diciembre de 2007

EL BARRIO I: LA PLAGA Capítulo 1º






Les llamaban “La Plaga” porque eran muchos. Muchos siendo catorce. Muchos siendo catorce en una vivienda sindical de 78m2 en los años sesenta, sin dinero, ni agua caliente, ni lavadora, ni tierras para cultivar. Muchos siendo pobres, en un barrio obrero en aquellas difíciles décadas.
Mi recuerdo de las Navidades en mi barrio es que eran muy hermosas y ellos ocupan un lugar estelar en ellas…

Hacía un frío tan insoportable que era difícil contener los gritos que te salían en medio del temblor de dientes. El rocío helado pintaba los campos de nieve. Ilusión de pobres, que ni eso teníamos ¿nieve? ¡quien nos la diera!
La niebla adherida a los árboles remoloneaba de tal modo que podían transcurrir semanas enteras sin podernos librar de ella. Era tan envolvente y vampira que a veces para desperezarse un poco se agarraba al primer vecino que pasaba y no se le despegaba en todo el día.

En cualquier rincón de la ciudad podían acertar que éramos de nuestro barrio por el trozo de nube que nos envolvía, que además nos imprimía un modo peculiar de caminar: medio encogidos, enarcados, con los dientes apretados y cara de mala hostia. Como auténticos macarras sin tener ninguna necesidad de parecerlo, porque sólo con mentar el nombre de nuestro barrio la peña se cuidaba muy mucho de hacerte ningún daño, por muy niña y sola que fueses por las calles de la ciudad.
Hasta que el sol disolvía aquel manto blanco no podías ni caminar erguido, ni apenas saludar, sólo temblar y desear que se fuera de tu lado. Era el frío más húmedo y penetrante que nadie pueda imaginar.

Nuestras casas, fabricadas por la consideración del excelentísimo para los obreros que venían a trabajar a la capital, eran verdaderas neveras. La arena de la playa de la Ría del Burgo, que habían empleado en la masa, seguía llena de blancas conchas de berberecho que asomaban en cuanto se descascarillaban paredes o suelos. En algún bajo las baldosas se abrían y rompían por la fuerza de pequeños montículos húmedos que, como jorobas de camello, nacían bajo nuestros pies. Durante los primeros años podías arrancar alguna cría viva de este bivalvo para echarla directamente al arroz, lo cual era muy de agradecer en algunas temporadas. Esa arena nunca llegó a secar, envolviendo la atmósfera de nuestros hogares de una humedad eterna. En mi cama cuatro mantas, un abrigo y una bolsa de agua caliente no conseguían quitarme aquellos temblores, ni despegar aquella pegajosa nube que se me había agarrado al mediodía los días en que el sol, en plan cabrón, se ponía cutre y también nos dejaba colgados. Sólo mi madre con sus ochenta kilos de carne humana y su aliento en mis manos, o su espalda en la mía, lograba calentar mi cuerpo y conseguir que me durmiese.
Ese frío me acompaña esta noche , sentada en el sofá con ordenador encima, a pesar de la calefacción, las bombillas de colores, la mantita marrón, el árbol de leds y mi humeante taza de leche de castañas.


- Menos mal que desde que me amas nunca me ha faltado tu maravillosa temperatura. Sé que ahora dirás que te quiero por lo mucho que me abrigas, y que te sientes "como una manta"...y yo eso no puedo negártelo porque nunca nadie me ha abrigado como tú.
Vivo un grado por debajo de tu realidad, o tú lo haces a un grado por encima de la mía, y tu piel y tu manera de quererme me quitan muchos de mis frios...porque a veces, aún cuando menos lo espero... al asomarme a la ventana ...me quedo helada.

Al patriarca no se le conocía mas profesión que la de rifar en las tabernas ceniceros y botellas de cristal que forraba con vitolas. Era pequeño, menudo, de piel amarilla y cuidado bigote. Vestía siempre gabardinas, o abrigos largos que llenaba por dentro de los objetos más dispares: Abrelatas, llave inglesa, tijeras, martillo, destornilladores, cinta aislante, bombillas para linternas, anzuelos, botone, agujas, hilos... que ofrecía sin jamás pedir nada a cambio. Todavía hoy es un misterio el porqué llevaba todo aquello encima, a no ser que se nos de por pensar que hacía cosas que… no hacía. Nadie en el barrio lo sabe. Lo que si sabemos es que él había sido el padre de todos, pues hombres y mujeres, unos guapos y otros feos, todos llevaban su rostro impreso.
La madre no era guapa pero era alegre y lucida. Con buen tipo, buenas piernas y andares de mujer vital y libre. Es la única mujer que conozco que tenía los lóbulos de las orejas partidos. Donde antes hubo un agujero ahora había una enorme raya sobresaliendo bajo los pendientes de clip. Las malas lenguas decían que una noche de celos su marido arrancó las pequeñas joyas que otro hombre le había regalado. Eso sí, sonriendo sin parar, como cuando aquella noche de verbena tras verla bailar, como una vedette, en lo alto de las escaleras que daban al chiringuito del Sr Pedro, que a esas horas estaba lleno de hombres que en vez de mirar hacia la orquesta la aplaudían a ella, la sacó a bailar llevándosela a casa a ritmo de pasodoble, y en menos de un minuto la vimos salir volando por la ventana. Cayó de espaldas dos metros más abajo de su habitación, sobre el suelo del jardín de tierra , y antes de que a nuestras madres les diese tiempo a preguntarle a Toñita que tal estaba, él ya había vuelto a pedirle otro baile y ella había aceptado, toda sonriente y llena de ganas de cumbias y rancheras que bailaban sin descansar ante la perplejidad y el ataque de risa que sufrieron nuestras madres.

Hoy lo dejo aquí porque tu respiración dormida está durmiendo la mía.

La sección MI BARRIO se la dedico con todo mi amor a mi reno de plata




Desde la peña del elefante

martes, 25 de diciembre de 2007

La Navidad



Tengo nostalgia de la mirilla de la casa de mis padres desde donde veía la navidad de mis vecinos "los plagos", pero no tengo nostalgia ninguna de ser pequeña, o de vivir en otra época ya pasada, aunque alguna me fascine recordarla:


Mi padre llenaba de viejos nuestra navidad, viejos, buenos vinos y ostras. Parecíamos ricos porque siguió conservando su sibaritismo aún después de perder la protección económica que suponía ser hijo de su madre y hermano del heredero del primer marido de ésta. Seguía conservando la elegancia, las maneras y el apetito por exquisiteces de las que nadie en el barrio había oído hablar y, menos todavía, probado. Además llevaba la contabilidad en una bodega del centro de la ciudad donde, cada año, le regalaban los mejores vinos y espumosos, además de una de sus famosas botellas de champán de Segura Viuda con adornos de metal. El fuagras de pato,el lomo ibérico y las alcochofas rellenas de gambas y mayonesa (hecha en casa a base de gotas de aceite y vueltas de cucharilla siempre en el mismo sentido, y al mismo ritmo, y mostaza inglesa) , eran, junto con las ostras, los entrantes de todas nuestras Nochebuenas. Las ostras venían de Arcade repletas de sabor a mar. Su aspecto era asqueroso pero sabían a gloria bendita, a pesar de que ninguno de nuestros invitados las quisieran ni probar. Ni éstas, el fuagrás, ni las alcachofas eran apreciados por ningún visitante, así que mi madre sacaba la merluza en salsa verde a la vez que los entrantes.


Mi padre no soportaba pensar en alguien que él conociese pasase esa noche sólo, así que además de nuestros abuelos venían a cenar con nosotros Gregoria, la tabernera de Pedralonga , el afilador, el mielero, o cualquier emigrado treinta años años atrás al que la distancia le había robado, entre otras muchas cosas, el entendimiento con la familia.


En realidad cualquier alma solitaria que se cruzase con mi padre esa noche, de camino a casa, se convertía de inmediato en nuestro honorable invitado.


Mi abuela materna se encargaba de hacerles sentir lo necesitados de afectos y cuidados que estaban , resaltando su clase social y lo bien conservada que estaba comparada con ellos. Repetía una y otra vez que no hay nada más triste en el mundo que no llevarse bien con la familia y verse sólo en Navidad y cuantísimo la querían a ella sus hijos "que jamás la dejarían sóla en días tan señalados". Cuando mis padres conseguían hacerle cambiar de tema comenzaba sus tediosas narraciones sobre sus siete operaciones describiéndolas de una en una, de modo totalmente insoportable. Su marido, el mejor de los abuelos que un niño pueda soñar, a la hora de los postres, cansado ya de tantas estupideces de su mujer, comenzaba a hacerle burla a escondidas de ella, alegrándonos a todos la sobremesa. Nos moríamos de risa comiendo melindres, mantecadas y mazapanes y viendo como aquel frágil y paciente anciano, traducía al idioma universal de la risa , con gestos de mimo burlón, todas las tonterías narcisistas de aquella mujer. Que si me han dicho que tengo muy buen tipo, que si en inglaterra un lord quiso casarse conmigo, que si el médico que me quitó la vesícula se enamoró de mis piernas...que si ustedes son unos ignorantes y es normal que no les guste el fuagrás...Todo lo escenificaba él con gestos de cupletista asmática, porque cuanta más risa le daba más se ahogaba.


Mi abuela paterna, y sobre todo sus lagunas seniles, ponían la nota decadente al final de la cena, cuando comenzaba a comportarse como la joven y acogedora anfitriona que siempre había sido y pedía a la criada que sacara los licores.Recuerdo la emoción que sentía al verla llegar con sus badejas de plata llenas de nueces, almendras dulces, pasitas -que alguien me había dicho que eran buenas para la memoria y yo creía a pies juntillas que serían su salvación- y los restos del juego de pocillos de porcelana china donde nos servía el café, el té y las manzanillas. Aunque lo que todos acababan tomando eran el bicarbonato y las sales de frutas ENO . Aquellas imagenes de pocillos, platos y encajes me hacían desear que ella hubiera seguido teniendo tanto dinero como antes de hacerse anciana, para que pudiese acabar sus días en la casa que tanto añoraba con todas aquellas cosas que ella ofrecía con amor a tanta gente que vivió con ella por temporadas.


A las 11.45 mis padres, mi hermano y yo salíamos de casa para ir al barracón donde los jesuítas obreros hacían la misa del gallo, mi padre decía que había que ir para arropar a los curas que tenían que lidiar con los borrachos. ¡Los curas! un blog entero para ellos sólos...


Por aquel entonces sólo estaban Busto y Fanjul, nada sabíamos entonces de lo que nos esperaba.


El padre Busto una Noche Buena, después de avisarlo veinte veces, le dio una patada en el culo a Bronson "el mocos" convirtiéndose en ese mismo intante en nuestro Kung Fu del barrio.


Cuando volvíamos a casa lo más normal es que ya se hubiesen ido algunos de nuestros invitados, que el abuelo se hubiese dormido en la mecedora, donde respiraba mejor que acostado, que la petarda de su mujer roncase en mi habitación y que mi abuela Mamatín comenzase a vomitarlo todo. Mamatín sufría de hambre canina , a su cerebro ya no llegaban las señales de saciedad y la pobre se ponía malísima hasta que mis padres se decidieron a cerrarle bajo llave la comida. Así que entre ronquidos de narcisita desconsiderada, pitidos de abuelo asmático y cariñoso, y vómitos y llantos de abuela atravesada por la desmemoria se acababa nuestra fiesta, aunque el cierre lo hacía mi padre cuando volvía de acompañar a su casa a la vieja, diminuta y mal encarada Gregoria. En cuanto él volviese nos teníamos que ir a la cama, pero durante ese rato ocurría lo mas fascinante de toda la noche, y quizás de todo el año: Mientras mi madre acababa de recoger y de fregar todo aquel desastre y mi hermano se ponía a ver la tele o a leer tebeos, yo cogía una banqueta y me subía a mirar través de la mirilla lo que estababan haciendo LOS PLAGOS.


Si me lo permite internet, que no hace más que fallar y no me dejarme subir nada, inauguraré una nueva sección que se llamE "El barrio".











sábado, 15 de diciembre de 2007

Trozos VI: de sabores y privilegios



-¿A qué te saben las lágrimas lilas? me preguntas para saber más.

- A agua de ría y a sueños que puedan hacerse realidad, nunca a sueños imposibles. Dulces como el río que baja hasta su boca y saladas como el agua con la que la marea lame sus orillas.

A esa mezcla de bravo salitre que medra y mengua, acaricia y golpea, e impregna de olor a algas la realidad, y también a dulce corriente que nadie puede parar.


Te da miedo mi melancolía, dices, pero a mi no me impide disfrutar de todo el azul que hay en mis días, ni del blanco helado con el que hoy están pintandos mi hierbas y caminos, regalándome estas ganas de chimenea, caricias y sofá.

En mi casa hoy ya es Navidad, con bombillas de colores y jardines blanco efímero. Con el sol bailando radiante sobre el mar. Con mis hijos sanos guapos y buena gente , como nunca y como siempre. Con mis amigos llenos de cariño que poder asaltar, atracar, coger, robar, tomar... y con esa sensación de privilegio que rodea casi todos mis días.


Mi melancolía, princesa mía, me envuelve de modo amable y madreselva, me mima con caricias de hiedra, me mece en sus brazos de abuela y convierte las canciones que navegan por mi hogar en aguas de terma, para que yo flote, boca arriba, mientras sus besos, de uno en uno, se quedan a vivir en mi boca.


¿Me preguntarás de nuevo, preocupada, a qué saben mis lágrimas lilas o... te atreverás a saborear las tuyas?

El lila y el malva son colores que siendo vos quien sos... no deberían darte miedo. Sólo quien depende de otro ser para ser feliz debería tener cuidado al asomarse al abismo de la melancolía, pero tú y yo, mi princesa, de vez en cuando, claro está, podemos darnos un buen baño en ella. Quizás por eso, algunas veces, necesite tanto zamubllirme por aquí.


Oye , releyendo ésto me han entrado ganas de jurar en arameo, en incluso lanzar escupitajos al suelo (esgarrar que se dice en mi barrio) ¡Joder!... Es que en esos renglones de ahí arriba parezco el Bucay de los cojones ¡no me jodas! ¿Será que a estas horas me está bajando el azúcar? Creo que sí, de la cocina sale un olor delicioso que me trae a la memoria el sabor de alguna lejana caldeirada. ¡Eso sí que es sabor y no la mierda esta de las lágrimas lilas!



Ves mi amiguiña, qué pronto vendo la melancolía, o al menos la aparco, y por una cuestión de sabor nada lila...sino marrón y naranja, porque ahora mismo me voy a tomar una tostada con un poquito de jamón en el que antes envolveré una cucharada de mermelada de papaya, estó lo haré justo antes de subirle a mi vestido nuevo de la Boutique "O chán" para que me quede por encima de las rodillas, pero bien arriba, para lucir un poco de mi zambo y rico muslamen y quitarle ese tufillo a señora que no me acababa de convencer. Luego haré un paquete y te enviaré el tuyo, que es igualito que el mío pero con otros colores, junto con tu regalo Zivago del año pasado.

Qué desastre de amiga tienes cariño, pero has de saber que te quiero un montón... y la yema del otro.


La melancolía es un lujo, un privilegio que sólo pueden permitirse los que les sobra comida, además de salud, así de sencillo. Y la lucidez y las risas que nacen en ti, cuando contemplas con respeto tu propio ombligo, son los únicos boleto que te impedirán ahogarte en el sufrimiento al que puede concudir la adicción al estado melancólico.

Anhelos y melancolía no tienen poque tener el mismo significado que sufrimiento y desesperación, y si para ti fuese así ...no se te ocurra ponerte a jugar con ellos, mejor es que te dediques a eso que tú sabes hacer tan bien.
Pincha en el gordo y el falco, anda...








martes, 11 de diciembre de 2007

El perfil : Back in your arms

He de confesar que las imágens del Clip que colgué en el perfil no me interesan nada. Las chicas Gilmore me parecen bastante sosas pero el audio suena muy bien, bastante mejor que los que encontré por ahí en los que salía ÉL ¡Ay diosssss, el Boss!

Esta canción lleva conmigo desde que se publicó, componiendo, junto con otras muchas, la banda sonora de mi vida. La he escuchado en momentos muy diferentes: dulces y amargos, tristes y alegres, en tiempos de amor y desamor. Escuchándola hice de casi todo: bailar, saltar, conducir, pasear, cocinar, amar, follar, descansar, hablar, arar, plantar, educar, esperar, actuar, mimar, entrevistar, construir, pelear, escribir, ilustrar...

La he hecho sonar una y otra vez siempre que deseaba transportarme a un lugar que creía inexistente, donde el modo de sentirla pudiese ser compartido hasta el final, algo que conscientemente ni me atreví a soñar, pero un día, sin esperarlo, llegaron a mi, como un regalo, unas lágrimas que aunque eran lilas... no eran mías, ni salían sólo por escucharla. Estabas conmigo, la canción sonaba abriendo todas las puertas y tus ojos de agua gritaban , a los míos, desesperados.

En ese instante supe que ya tenía con quien compartir esta canción y ese mundo lleno de deseo de piernas, labios y corazones enredados.














































domingo, 9 de diciembre de 2007

TROZOS V:Jeff Buckley y un momento para la poesía





Cuando colgué aquí lo escrito sobre mi mundo bajo una mesa quise colgar esta canción, no sé porqué, no tengo ni idea, quizás porque mientras lo hacía no paraba de sonar su voz dentro de mi cabeza interpretando esta pieza.


Buscando este vídeo encontré su foto bajo una mesa. Aún no me lo puedo creer, como no me puedo creer otras muchas cosas, todas extraordinarias y llenas de hilos invisibles.



Esta canción, como muchas más me la regalaste tú, mi amigo que vive en la otra orilla de la ría y en el salón más "exquisito" de mi corazón, ésta, como tantas otras cosas más todas llenas de poesía y ...chocolate, que late, que late.

Ante ustedes, los más intimos de mi vida, un regalo que me hizo mi amigo :


"El otro día, el jueves a medio día, subí a la Curota. Tomando el café en un bar de obreros, vi en el periódico que, sin saber como, han aparecido escritas poesías en el asfalto.
Arriba de todo, donde termina la pista asfaltada, nace como un reguero de poemas que quiere ser río.

Al llegar estuve solo por un momento, leyendo poemas y sacando fotos.
Vinieron los obreros que están preparando la pista y empecé sentirme extraño.
Un coche verde se me acerco y dos chicas, de la SEXTA, querían hacerme una entrevista para la tele.
Nada tiene sentido para un chico tímido y solitario que solo pretende leer un poco de poesía.
Ahora llueve en Ribeira, parece que también en la Curota llueve.
Subiré hasta donde acaba el asfalto, esta primera mañana de otoño, a ver si esta fina lluvia hace posible un momento con poesía".

Supongo que leyendo esto será más fácil comprender porqué, además de quererlo tanto, me gusta tantísimo mi amigo "el exquisito".

sábado, 1 de diciembre de 2007

TROZOS IV :



No sabía que tú también tenías una mesa...

jueves, 29 de noviembre de 2007

LA NIÑA III. El mundo bajo una mesa

Mi madre era dulce, mullida y divertida, pero tenía menos tiempo para mí que mi abuela, porque para eso ya tenía a su suegra.

Un día me comió la uña del dedo meñique mientras yo le metía miguitas de pan en la boca y ella hablaba con una amiga, así que a partir de ahí me guardé de ella siempre que hubiese migas y amigas por medio,(y todavía sigo haciéndolo) pero nadie como ella, para quitarme los frios y miedos a la nada oscura de las madrugadas.
Sólo mi edredón de plumas me devuelve su calor, ese con el que ya no sueño, ni creo necesitar pero que mi cuerpo pide a temblores en cada una de mis crisis.
Mi primer libro del cole tenía una foto de una gallina que se parecía a mi mamá y cuando lo miraba en el parvulario me entraban un amor y una melancolía tan incontrolables que los ojos se me ponían de llorar. (Años más tarde descubrí que mi hijo mediano llevaba una foto mía en su mandilón y, que de vez en cuando, se escondía para mirarme y sentir "ganas llenas de lágrimas de quererme") Cuando llegaba a casa siempre le decía lo mismo: "Mamá eres tan bonita como la gallina de mi libro". Ella siempre dijo que eso era ser fea, pero yo la veía la más guapa, además de dulce y acogedora, de todas las mamás.

Tuvo una escuelita en casa, hasta que una vecina envidiosa la denunció al conserje del barrio y un inspector del ministerio la dejó sin trabajo, igual que había sucedido, años antes, cuando dio el “Sí quiero” y, por convertirse en mujer casada, la obligó la ley a dejar su puesto de trabajo para que lo ocupase un varón, a ella que trabajaba en una casa de modas para chicas…



Yo veía llegar a los niños, con sus banquitos y sus pizarras, desde una cortina de terciopelo que usaban a modo de alfombra para que yo no me enfriara, y que ponían bajo la gigantesca mesa de caoba que ocupaba medio comedor en un pequeño piso de unas casas de Franco. Aquel era mi lugar en el mundo, bajo la mesa que había sido traída de la lujosa casa grande de mi abuela Mamatín. Aquella mesa tenía dos aleros escondidos, con sendos carriles, donde yo almacenaba mis diminutos tesoros en cajitas redondas con tapa transparente que mi padre me traía de las gomas usadas en la oficina. Dentro de ellas perfectamente seleccionadas, por una suerte de orden interior que me habita desde mi más tierna infancia, almacenaba todo aquello que me fascinaba: alas de mariposa y libélula, plumas de periquito y verderolos, lágrimas de lámparas, cristales tallados por el mar del Orzán, mi botón azul verdoso lleno de irisaciones, un medallón de la virgen de Fátima, de oro y nácar y un caballito de plástico blanco, que había llegado a mi casa prendido en el cuello de una botella de brandy de las bodegas Terry. La última de las cajitas contenía dos cabezas de escornabois, que me regaló mi padre, escarabajos resecos, que me dio mi hermano y el cadáver de un grillo cojo.
Pero mis verdaderas joyas eran un caleidoscopio, que merece un capítulo aparte, y una casita de madera que cuando le levantabas el tejado desprendía una maravillosa música que mecía mi corazón de un modo muy extraño. Sólo años después, enamorada como una loca y soñando con mi amor a todas horas, supe que sensación era aquella: melancolía y sueños llenos de esperanza. No sé cómo, pero antes de andar, mientras la vida transcurría bajo una mesa de caoba, al escuchar aquella música yo ya intuía lo que más tarde me gustaría poder sentir al amar. En el porche de aquella casita una pareja bailaba muy agarradita el tiempo exacto que duraba la cuerda que a mi tanto trabajo me costaba dar, pero yo le daba, y le daba y le volvía a dar...

Al son de aquellas notas mis dendritas se extendían aprehendiendo los sueños que más tarde quise hacer realidad: Una casita, en cualquier aldea pequeña y mojada, y un hombre con el que compartir la vida y la intimidad, de esos que si enviudas se te queden los ojos como se le quedaron a mi abuela.

Dicen que las mujeres que rodean a las niñas tejen su sistema nervioso en los dos primeros años, y el mío, sin duda, fue tejido por una mujer de mirada triste que iluminaba mi mundo con su disponibilidad, sus grandes carcajadas y su manera de hablar del amor:
“El amor es lo mejor del universo. Un beso, una caricia, el tesoro más preciado”, me decía mientras me cubría de besos y cosquillas.


Ella pudo haber tejido el mío con lanas negras de penas y miedos, pero hizo de sus propios girones, con dedicación de abuela enamorada, brillantes hilos que todavía sujetan mis ilusiones más estrafalarias, esas que bordó en mis alas.


Amor y risas por encima de casi cualquier dolor. Si la tristeza ha de venir, que sea verde, morada y lila. Así quiero yo que sea mi vida, y parece ser que ya empecé a elegirla antes de saber andar, porque el discurso del resto de mujeres que me rodeaban no consiguió deshilachar sus bordados.

Los niños cantaban, desde la escuelita, que “España limita al norte con el mar Cantábrico y los montes pirineos que nos separan de Francia…” además de toda la tabla de multiplicar, así que además del “Tápame , tápame , tápame, tápame tápame que tengo frío, como quieres que te tape que yo no soy tu marido” aprendí todas aquellas canciones antes de saber andar.
Decían que era muy lista, y la verdad es que debía de serlo, y mucho, porque ya era consciente de que cualquier niño , que viviese donde yo lo hacía, tenía que aprenderse, de modo natural y sin remedio, todo aquel rollo patatero que salía de la habitación de al lado. Sólo Mari Carmen la mudita, que también era sorda, tendría dificultad.


A veces mi madre le preguntaba a algún niño cuanto era nueve por cuatro y yo gritaba bajo la mesa:
- ¡Treinta y seeeeisss!

¡Mamá, ya se lo sabe, déjalo que venga a jugar conmigo!
Pero no los dejaba. A veces, sólo a veces, entraba alguno donde yo estaba y… ya no me gustaba tanto como había imaginado ,porque algunos descolocaban todo mi universo y me molestaban de tal modo que prefería que se fuesen de allí. Algunos pero no todos, porque Susito y Virita sabían andar con mis cosas sin que me molestasen.

Por aquel entonces creía que mis cosas eran mi mundo, porque aún no era consciente de que mi mundo... soy yo.

LA MUJER II: Amigas




Te escribí esto el domingo por la mañana, ahora ya es casi Jueves y aún no había tenido tiempo a colgarlo. Aún no han pasado ni cuatro días y ya hemos fabricado un puente con el que poder estar juntas de Jueves a domingo, además esta mañana hablé contigo y pude recoger algunas de tus lágrimas lilas.

¡ Cómo es la vida cariño,

y cómo somos nosotras...

tan llenas de amor,

y a veces tan vacías!

Llegas el Jueves y yo...te sacaré a bailar nada más verte. La estación de autobuses de Santiago será el salón de baile de ese mediodía.




"Otra vez sin Bruce... y van tres, mierda!"


A esta misma hora teníamos que estar recorriendo el rastro, probando gafas que nunca compro porque mis ojos sólo se tratan con los cristales Bolle, probando gorros, boinas bufandas, y sobre todo vaporosas blusas y pantalones estrafalarios. Habríamos comprado alguna cosa divertida para los niños, los pedazos de tios buenos que tengo por hijos, y tú te acordarías de Jesús y te empeñarías en que le comprase algo mientras yo te contaría por milésima vez que no quiere que le compre nada y ...lo que te tocase oír esta temporada.

El aroma de los callos y las sed de una buena clara me arrastrarían al primer bar con ventanas de aluminio y la especialidad de la casa dibujada en los cristales. Me emocionaría a voz en grito por el regalo de volver de inmediato a mi infancia en cuanto pisase el serrín, mientras tú, tomándote tus boquerones sin despintarte los labios, dirías que "parece mentira que en el siglo XXI todavía echen estas porquerías por el suelo en un bar del centro de una ciudad como Madrid"
Volveríamos a reir de esa frase que nos queda tan bien: "No parecemos de la misma familia." y volvería a contarte lo de la tasca en aquella sinogoga de Miranda donde además de serrín tenían gallinas que picaban los restos de comida por el suelo y barriles que hacían de mesas. (Es qeu siempre me gustó ser un poco pirata aunque hoy me sienta más tanguera. ¡Ummmm esta mañana amo el dulce de leche sobre flan de huevo! )

Yo acabaría con los ojos llenos de arenillas de sueño y los labios hinchados por las especias y tú sonnolienta y embriagada por el placer de ese último pitillo de antes de coger el metro para volver a la casa, que cualquiera nos hubiese prestado, muy abrazadas y suscitando ambigüedad , como siempre, a echarnos una siesta en medio de todas nuestras palabras.

Luego nos levántariamos y limpiaríamos la ducha antes de meternos en ella.
- Venga primero duchate tú , mientras me echo un pitillo y hago una llamadas. - Me dirías

Y mientras nos untamos de cremas y nos pintamos la raya del ojo despotricaríamos de lo cerdos que son algunos tíos, como los de este piso de General Ricardos.
Luego cogeríamos el bolsito, la chaqueta, y "no te olvides las entradas" para llegar con tiempo al Palacio de deportes de la Comunidad. Nos tomaríamos un bocata y una cocacola y entraríamos sin prisas para encontranos con que delante de todo hay un sitio estupendo en el que está su entrevistador preferido , yo hablaría con él para intentar saber donde y cómo verle y tú darías la espalda al escenario (porque en realidad lo único que te importa de este concierto es acompañar a tu amiga en su pasión adolescente) para mirar a Barden que apareció, de pronto, como un regalo para tus ojos. Mi alma, de atea, ya estaría bailando al ritmo del corazón del jefe, y me moriría de ganas de sentir el amor en mi piel, en mis manos, en mi boca y allí estarías tú, como siempre, para saber de mi y quererme así...


Hoy hecho de menos la vida que tenía antes de tener esta (sonrío...sólo un poquito, no te preocupes) pero no es ni Madrid, ni Bruce, es muy curioso, porque aúnque es mi tercera vez sin poder ir a verle, esta mañana de domingo lo que más hecho de menos son unos buenos callos y la posibilidad de alguna noche de humo, naranja y ron en la que pudiese bailar contigo.
Me vestiría de putón, me hace ilusión, con uno de esos escotes que tú me compras, agarraría un cd de Bruce, lo llevaría al Musaraña de hace ya ... no sé ni cuantos años y bailaría contigo mientras algunos babean como perros, otros hacen cola como buitres y otros, los nuestros, nos cuidan como amigos. Bailaríamos a Bruce hasta que te pusieran a los Panchos y quisieras cambiar de pareja, ja ja ja ja o hasta que nos entrasen ganas de ...a ti del tuyo y a mí del mío.

-¿Nos entrasen? una cosa es con quien bailamos y otra a quien amamos - me dirías a la oreja mientras cambias de pareja , jajajaja, y "haces feliz a Eduardo - -ris (no pongo el apellido)


La última noche que pude salir contigo tuvimos que volver pronto porque tu amiga ya se ahogaba, ¿ recuerdas que todo estaba oscuro, tu futuro sobre todo, y que yo tenía un tinte azul el el sitio del jabón de mano? No queríamos encender la luz ni hacer ruído, jajajajajajajajajaajajaja.

Ay, que te quiero un montón y que te rías un poco...

sábado, 24 de noviembre de 2007

Trozos III: Mesa de otoño sin cristal


"Sin ti mis límites físicos estan desequilibrados
mis besos no encuentran el camino
mis caricias tropiezan
y mis humedades suben hacia mi alma."
M.C.

Trozos II: una foto mía con aquel terrible dolor

Hubo un tiempo en que el dolor era tan espantoso que llegué a ver estrellas,
- ¿Te duele mucho?- me preguntaba mi médico,
- Es horrible Osaka, me duelen tanto el cuello y la boca que veo las estrellas. - contestaba yo muerta de dolor.
No me creía, hasta que a las estrellas les di tanta pena que deciediron asomarse en mi foto.
Ahora las únicas estrellas que veo cuelgan del cielo al anochecer mientras te amo.

viernes, 23 de noviembre de 2007

LA NIÑA II: Mi abuela


Recuerdo que no andaba y que vivía en el colo de mi abuela Mamatín, cuyo nombre real era Estrella, la vieja más elegante y con más desparpajo que conocí en mi vida.


Recuerdo como me llevaba de aquí allá por todo el barrio, hablando con unos y otros, y como yo le exigía irnos si no me gustaba con quien parloteaba.

Recuerdo su negro olor a jabón de la Toja y el tacto de su trenza blanca y mojada justo antes de convertirse en un moño con el que ya quedaba perfectamente arreglada.

Recuerdo su piel morena, dulce y arrugada.

Recuerdo su hermosa sonrisa y sus grandes carcajadas.

Recuerdo el olor a sol que dejaba en su pelo el verano, y sus abrazos de dulce astracán, cuando el invierno, cargado de lluvias y nieblas, entraba por nuestra ventana.

También recuerdo su mirada perdida y la profundidad de sus ojos verdes acariciando el vacío que ya fabricaba su alma.

Sus ojos eran la única parte de su físico que me permitían saber cuando ella se sumergía en los oscuros pozos que ya le regalaba la nada que la asediaba. En mis recuerdos, hasta hace nada, la tristeza era verde Mamatín.

Un día, mientras ella me sentaba en mi bacinilla, le pregunté :
-¿Mamatín, cómo puedes reírte tanto y tener los ojos mas tristes de todas las abuelas?
Y ella me respondió:
-¿y tú, cómo puedes ser tan pequeña y saber tanto de una vieja gloria como yo?
-No sé cómo, pero yo te veo por dentro abuela, además te quiero mucho, más que a nadie.
- Pues sólo por eso, mereces que te cuente a ti, y sólo a ti, porqué mis ojos están tan tristes:
Yo era un mujer feliz, tenía tres hijos, vivía en una casa preciosa llena de amigos, plantas y pájaros y estaba locamente enamorada del hombre más cariñoso y generoso de la tierra, pero un día, de repente, enviudé y los ojos se me quedaron así para siempre.
- ¿Y que es enviudar abuela?
- Enviudar a veces es que se te muera tu marido, pero otras, como me pasó a mi, es que la vida te arranque el amor de tu piel, que te robe el sosiego y que tengas que seguir viva y riendo para que tus hijos sean felices. Así enviudé yo, loca de amor por tu abuelo. Y loca de amor por tu abuelo sigo buscándolo entre los agujeros que ahora tiene mi memoria.
-¿Tú memoria tiene agujeros?
-Sí, muchos, pero ese es un secreto que sólo sabemos tú y yo.

Ese fue el primer secreto que alguien me regaló, y lo recuerdo muy bien, porque no fui capaz de hacer caca, y al día siguiente me tuvieron que poner uno de esos horribles supositorios de glicerina, mientras yo gritaba que la culpa era de mi abuela por darme un secreto a guardar, justo en ese momento que más que de guardar era de soltar. He de reconocer que casi todo lo que acontece en mi corazón tiene consecuencias en mis intestinos

TROZOS I: River Man... for lilac time



Going to see the river man Voy a ver al hombre del río

Going to tell him all I can Voy a decirle todo lo que pueda

About the plan Sobre el plan

For lilac time. Para el tiempo de las lilas.

jueves, 22 de noviembre de 2007

LA NIÑA I: El nacimiento:




Dicen que nací con una almorrana y un callo, pero mi padre siempre lo negó, él siempre dijo que lo único extraño que vio en mí estaba en mi mirada, que mis ojos cambian de color y que si te fijas bien en ellos se ven algas encerradas. Algas verdes, lilas y moradas, pero nada de callos, ni almorranas. También dicen que nací a las 11.20 de una mañana de marzo con las mimosas tiñendo de amarillo el verde del bosque, la humedad escribiendo sobre la hierba promesas de primavera y el viento trayendo y llevando aromas de frutas que sólo existen en verano. Dicen que fue a esa hora pero que el personal de la maternidad no informó ni a mi padre, ni a mis abuelas de mi llegada y que vivieron en ese engaño hasta las cuatro de la tarde, hora de la visita , cuando me encontraron en la cuna disfrazada de indio en pie de guerra, con una gran raya negra sobre los ojos, por un líquido derramado que, por aquel entonces, nos echaban a los niños. Una enfermera, abandonada ese mismo día por su amor, lo dejó caer sobre mí en medio de su tristeza y descontrol. Esa misma noche se suicidó. La encontraron en la morgue del hospital vestida con su ajuar de novia dentro de un ataúd que esperaba llenarse con otro cuerpo y que ella hizo suyo. Lo había dejado todo preparado para ser encontrada: velas encendidas, perfumes, pétalos, versos y sentencias que dejó escritas sobre el frío y tétrico suelo antes de tomarse la morfina.
“Sin tus caricias no sabré vivir” “Sin tus labios sobre los míos la vida duele tanto que no puedo seguir en ella
Su rostro de muerta dicen que era tan dulce que todo el mundo le dio la razón.
En el cementerio de los ingleses, el mismo de los suicidas, frente a la ría, un empleado municipal plantó junto a su tumba una gardenia, que, desde entonces, tiñe el aire con el olor del nombre de la que había sido su amada.

Dicen que desde que nací volvía loco a mi padre y que incluso se afeitó su sagrado bigote porque mis gestos delataban disgusto cuando me besaba.
Dicen que mi hermano quiso quererme, pero que no pudo presa de un feroz asedio de burlas y celos llevado a cabo por su propio padre, el mismo hombre que ante mi presencia se derretía.


Dicen que los pechos de mi madre, con los pezones hundidos hacia dentro, no me dieron de comer, así que después de sufrir la tortura de vómitos y diarreas por leches de distintas vacas y distintas aguas, el médico decidió alimentarme con leche condensada y agua hervida del grifo de mi barrio. Pero también dicen que a los 6 meses no sólo decía papá y agua, si no que comía guisos de carne con patatas esmagadas.
Dicen que tenía que haberme llamado Marina, o Estrella pero que un pulso entre abuelas acabó con mi padre encomendándome a San José, nombre del que yo siempre renegué. Pero tuve la suerte de que cuando yo nací a todas las niñas nos ponían, delante o detrás, el nombre de María.
Dicen muchas cosas de mí que yo no sabría decir si son ciertas, pero desde los 13 meses me da igual lo que otros digan de mí, porque ya lo recuerdo todo