Siempre me han dado igual los calendarios y los propósitos de enmienda tan típicos de estas fechas, pero a mi alma de gallega ateosupersticiosa parece traérsela al pairo, ya que, a poco que me despiste, me la encuentro cometiendo la traición de hacer lecturas de presagios tan inverosímiles como irracionales.
Esta primera mañana del año quise ir al monte sabiendo que iba a ser el primer paseo del año, y que mi subconsciente húmedocelta se pondría a hacer cálculos de cómo sería el resto del año. Elegí el olor marrón de los helechos húmedos que cubren las faldas de Lobeira, el verde aroma del musgo agazapado bajo las agujas desprendidas por los pinos, y el perfume amarillo, casi anaranjado, de los cantarelus que brotan bajo esa mullida alfombra de delicioso tacto y embriagador sonido.
Chap, chap, chop. chop,
Chap, chap, chop. chop - chapoteaban mis botas cuando empecé a verlas.
-¡Ohhhh, mira esto!
Cantarelus del tamaño de un huevo, no de codorniz, si no de los que ponen nuestras gallinas. Racimos acampanados brotando de la tierra a la sartén, pasando por ese entusiasta momento de descubrir el delicioso oro asomando sobre la tierra.
Ese aroma inconfundible, mezclado con esa alegría indescriptible que da el encontrar alimentos por los bosques me colocó más que cualquier champán de fin de año, si pudiera tomarlo, claro...
Desde luego está claro que los homos llevamos siendo recolectores el 99% de nuestra existencia como especie, sobre todo las homos, y que nuestro subconsciente recibe los frutos de la tierra como el mejor de los regalos que algún día fueron, y a poco que lo dejemos suelto, y le liberemos de lo que le ciñen las cortas miras de compradores de bandejas en estanterías, nos encontraremos saltando ante unas moras, unas fresas silvestres o unas setas.
A ratos llovía, sin fuerza, con pereza, diría, y ahí estábamos tú y yo caminando juntos, armados de botazas, chambergos, gorros, tu romántico paraguas y la cesta de mimbre otra nueva entrada de año.
Empezar el año eligiendo si pasear junto al mar, o por medio del bosque mientras mis hijos duermen, o juegan con la abuela y tú me acompañas, me parece un lujo, por más cotidiano e insulso que pueda parecerle a alguien el salir la primera mañana de enero a sólo 1 km de casa en línea recta y cuesta arriba. Pero sí aún encima me dices que el petirrojo que nos acompaña todo el rato es el que vive a la puerta de nuestra casa y barajamos la posibilidad de que se haya apuntado a nuestra salida montuna, el año no puede empezar mejor, porque no puedo imaginar nada mejor que sentir que tú crees posible esta amistad pajaril mientras caminamos juntos otro primero de enero y llenamos la cesta de cantarelas tan deliciosas como la entrada de año montuna que acabamos de pasar..
Ya tenemos para cinco o seis revueltos de esos que tanto os gustan y que adornan maravillosamente nuestra mesa, así que ¡venir pronto!
¡Feliz año, Felices años!