jueves, 29 de noviembre de 2007

LA NIÑA III. El mundo bajo una mesa

Mi madre era dulce, mullida y divertida, pero tenía menos tiempo para mí que mi abuela, porque para eso ya tenía a su suegra.

Un día me comió la uña del dedo meñique mientras yo le metía miguitas de pan en la boca y ella hablaba con una amiga, así que a partir de ahí me guardé de ella siempre que hubiese migas y amigas por medio,(y todavía sigo haciéndolo) pero nadie como ella, para quitarme los frios y miedos a la nada oscura de las madrugadas.
Sólo mi edredón de plumas me devuelve su calor, ese con el que ya no sueño, ni creo necesitar pero que mi cuerpo pide a temblores en cada una de mis crisis.
Mi primer libro del cole tenía una foto de una gallina que se parecía a mi mamá y cuando lo miraba en el parvulario me entraban un amor y una melancolía tan incontrolables que los ojos se me ponían de llorar. (Años más tarde descubrí que mi hijo mediano llevaba una foto mía en su mandilón y, que de vez en cuando, se escondía para mirarme y sentir "ganas llenas de lágrimas de quererme") Cuando llegaba a casa siempre le decía lo mismo: "Mamá eres tan bonita como la gallina de mi libro". Ella siempre dijo que eso era ser fea, pero yo la veía la más guapa, además de dulce y acogedora, de todas las mamás.

Tuvo una escuelita en casa, hasta que una vecina envidiosa la denunció al conserje del barrio y un inspector del ministerio la dejó sin trabajo, igual que había sucedido, años antes, cuando dio el “Sí quiero” y, por convertirse en mujer casada, la obligó la ley a dejar su puesto de trabajo para que lo ocupase un varón, a ella que trabajaba en una casa de modas para chicas…



Yo veía llegar a los niños, con sus banquitos y sus pizarras, desde una cortina de terciopelo que usaban a modo de alfombra para que yo no me enfriara, y que ponían bajo la gigantesca mesa de caoba que ocupaba medio comedor en un pequeño piso de unas casas de Franco. Aquel era mi lugar en el mundo, bajo la mesa que había sido traída de la lujosa casa grande de mi abuela Mamatín. Aquella mesa tenía dos aleros escondidos, con sendos carriles, donde yo almacenaba mis diminutos tesoros en cajitas redondas con tapa transparente que mi padre me traía de las gomas usadas en la oficina. Dentro de ellas perfectamente seleccionadas, por una suerte de orden interior que me habita desde mi más tierna infancia, almacenaba todo aquello que me fascinaba: alas de mariposa y libélula, plumas de periquito y verderolos, lágrimas de lámparas, cristales tallados por el mar del Orzán, mi botón azul verdoso lleno de irisaciones, un medallón de la virgen de Fátima, de oro y nácar y un caballito de plástico blanco, que había llegado a mi casa prendido en el cuello de una botella de brandy de las bodegas Terry. La última de las cajitas contenía dos cabezas de escornabois, que me regaló mi padre, escarabajos resecos, que me dio mi hermano y el cadáver de un grillo cojo.
Pero mis verdaderas joyas eran un caleidoscopio, que merece un capítulo aparte, y una casita de madera que cuando le levantabas el tejado desprendía una maravillosa música que mecía mi corazón de un modo muy extraño. Sólo años después, enamorada como una loca y soñando con mi amor a todas horas, supe que sensación era aquella: melancolía y sueños llenos de esperanza. No sé cómo, pero antes de andar, mientras la vida transcurría bajo una mesa de caoba, al escuchar aquella música yo ya intuía lo que más tarde me gustaría poder sentir al amar. En el porche de aquella casita una pareja bailaba muy agarradita el tiempo exacto que duraba la cuerda que a mi tanto trabajo me costaba dar, pero yo le daba, y le daba y le volvía a dar...

Al son de aquellas notas mis dendritas se extendían aprehendiendo los sueños que más tarde quise hacer realidad: Una casita, en cualquier aldea pequeña y mojada, y un hombre con el que compartir la vida y la intimidad, de esos que si enviudas se te queden los ojos como se le quedaron a mi abuela.

Dicen que las mujeres que rodean a las niñas tejen su sistema nervioso en los dos primeros años, y el mío, sin duda, fue tejido por una mujer de mirada triste que iluminaba mi mundo con su disponibilidad, sus grandes carcajadas y su manera de hablar del amor:
“El amor es lo mejor del universo. Un beso, una caricia, el tesoro más preciado”, me decía mientras me cubría de besos y cosquillas.


Ella pudo haber tejido el mío con lanas negras de penas y miedos, pero hizo de sus propios girones, con dedicación de abuela enamorada, brillantes hilos que todavía sujetan mis ilusiones más estrafalarias, esas que bordó en mis alas.


Amor y risas por encima de casi cualquier dolor. Si la tristeza ha de venir, que sea verde, morada y lila. Así quiero yo que sea mi vida, y parece ser que ya empecé a elegirla antes de saber andar, porque el discurso del resto de mujeres que me rodeaban no consiguió deshilachar sus bordados.

Los niños cantaban, desde la escuelita, que “España limita al norte con el mar Cantábrico y los montes pirineos que nos separan de Francia…” además de toda la tabla de multiplicar, así que además del “Tápame , tápame , tápame, tápame tápame que tengo frío, como quieres que te tape que yo no soy tu marido” aprendí todas aquellas canciones antes de saber andar.
Decían que era muy lista, y la verdad es que debía de serlo, y mucho, porque ya era consciente de que cualquier niño , que viviese donde yo lo hacía, tenía que aprenderse, de modo natural y sin remedio, todo aquel rollo patatero que salía de la habitación de al lado. Sólo Mari Carmen la mudita, que también era sorda, tendría dificultad.


A veces mi madre le preguntaba a algún niño cuanto era nueve por cuatro y yo gritaba bajo la mesa:
- ¡Treinta y seeeeisss!

¡Mamá, ya se lo sabe, déjalo que venga a jugar conmigo!
Pero no los dejaba. A veces, sólo a veces, entraba alguno donde yo estaba y… ya no me gustaba tanto como había imaginado ,porque algunos descolocaban todo mi universo y me molestaban de tal modo que prefería que se fuesen de allí. Algunos pero no todos, porque Susito y Virita sabían andar con mis cosas sin que me molestasen.

Por aquel entonces creía que mis cosas eran mi mundo, porque aún no era consciente de que mi mundo... soy yo.

LA MUJER II: Amigas




Te escribí esto el domingo por la mañana, ahora ya es casi Jueves y aún no había tenido tiempo a colgarlo. Aún no han pasado ni cuatro días y ya hemos fabricado un puente con el que poder estar juntas de Jueves a domingo, además esta mañana hablé contigo y pude recoger algunas de tus lágrimas lilas.

¡ Cómo es la vida cariño,

y cómo somos nosotras...

tan llenas de amor,

y a veces tan vacías!

Llegas el Jueves y yo...te sacaré a bailar nada más verte. La estación de autobuses de Santiago será el salón de baile de ese mediodía.




"Otra vez sin Bruce... y van tres, mierda!"


A esta misma hora teníamos que estar recorriendo el rastro, probando gafas que nunca compro porque mis ojos sólo se tratan con los cristales Bolle, probando gorros, boinas bufandas, y sobre todo vaporosas blusas y pantalones estrafalarios. Habríamos comprado alguna cosa divertida para los niños, los pedazos de tios buenos que tengo por hijos, y tú te acordarías de Jesús y te empeñarías en que le comprase algo mientras yo te contaría por milésima vez que no quiere que le compre nada y ...lo que te tocase oír esta temporada.

El aroma de los callos y las sed de una buena clara me arrastrarían al primer bar con ventanas de aluminio y la especialidad de la casa dibujada en los cristales. Me emocionaría a voz en grito por el regalo de volver de inmediato a mi infancia en cuanto pisase el serrín, mientras tú, tomándote tus boquerones sin despintarte los labios, dirías que "parece mentira que en el siglo XXI todavía echen estas porquerías por el suelo en un bar del centro de una ciudad como Madrid"
Volveríamos a reir de esa frase que nos queda tan bien: "No parecemos de la misma familia." y volvería a contarte lo de la tasca en aquella sinogoga de Miranda donde además de serrín tenían gallinas que picaban los restos de comida por el suelo y barriles que hacían de mesas. (Es qeu siempre me gustó ser un poco pirata aunque hoy me sienta más tanguera. ¡Ummmm esta mañana amo el dulce de leche sobre flan de huevo! )

Yo acabaría con los ojos llenos de arenillas de sueño y los labios hinchados por las especias y tú sonnolienta y embriagada por el placer de ese último pitillo de antes de coger el metro para volver a la casa, que cualquiera nos hubiese prestado, muy abrazadas y suscitando ambigüedad , como siempre, a echarnos una siesta en medio de todas nuestras palabras.

Luego nos levántariamos y limpiaríamos la ducha antes de meternos en ella.
- Venga primero duchate tú , mientras me echo un pitillo y hago una llamadas. - Me dirías

Y mientras nos untamos de cremas y nos pintamos la raya del ojo despotricaríamos de lo cerdos que son algunos tíos, como los de este piso de General Ricardos.
Luego cogeríamos el bolsito, la chaqueta, y "no te olvides las entradas" para llegar con tiempo al Palacio de deportes de la Comunidad. Nos tomaríamos un bocata y una cocacola y entraríamos sin prisas para encontranos con que delante de todo hay un sitio estupendo en el que está su entrevistador preferido , yo hablaría con él para intentar saber donde y cómo verle y tú darías la espalda al escenario (porque en realidad lo único que te importa de este concierto es acompañar a tu amiga en su pasión adolescente) para mirar a Barden que apareció, de pronto, como un regalo para tus ojos. Mi alma, de atea, ya estaría bailando al ritmo del corazón del jefe, y me moriría de ganas de sentir el amor en mi piel, en mis manos, en mi boca y allí estarías tú, como siempre, para saber de mi y quererme así...


Hoy hecho de menos la vida que tenía antes de tener esta (sonrío...sólo un poquito, no te preocupes) pero no es ni Madrid, ni Bruce, es muy curioso, porque aúnque es mi tercera vez sin poder ir a verle, esta mañana de domingo lo que más hecho de menos son unos buenos callos y la posibilidad de alguna noche de humo, naranja y ron en la que pudiese bailar contigo.
Me vestiría de putón, me hace ilusión, con uno de esos escotes que tú me compras, agarraría un cd de Bruce, lo llevaría al Musaraña de hace ya ... no sé ni cuantos años y bailaría contigo mientras algunos babean como perros, otros hacen cola como buitres y otros, los nuestros, nos cuidan como amigos. Bailaríamos a Bruce hasta que te pusieran a los Panchos y quisieras cambiar de pareja, ja ja ja ja o hasta que nos entrasen ganas de ...a ti del tuyo y a mí del mío.

-¿Nos entrasen? una cosa es con quien bailamos y otra a quien amamos - me dirías a la oreja mientras cambias de pareja , jajajaja, y "haces feliz a Eduardo - -ris (no pongo el apellido)


La última noche que pude salir contigo tuvimos que volver pronto porque tu amiga ya se ahogaba, ¿ recuerdas que todo estaba oscuro, tu futuro sobre todo, y que yo tenía un tinte azul el el sitio del jabón de mano? No queríamos encender la luz ni hacer ruído, jajajajajajajajajaajajaja.

Ay, que te quiero un montón y que te rías un poco...

sábado, 24 de noviembre de 2007

Trozos III: Mesa de otoño sin cristal


"Sin ti mis límites físicos estan desequilibrados
mis besos no encuentran el camino
mis caricias tropiezan
y mis humedades suben hacia mi alma."
M.C.

Trozos II: una foto mía con aquel terrible dolor

Hubo un tiempo en que el dolor era tan espantoso que llegué a ver estrellas,
- ¿Te duele mucho?- me preguntaba mi médico,
- Es horrible Osaka, me duelen tanto el cuello y la boca que veo las estrellas. - contestaba yo muerta de dolor.
No me creía, hasta que a las estrellas les di tanta pena que deciediron asomarse en mi foto.
Ahora las únicas estrellas que veo cuelgan del cielo al anochecer mientras te amo.

viernes, 23 de noviembre de 2007

LA NIÑA II: Mi abuela


Recuerdo que no andaba y que vivía en el colo de mi abuela Mamatín, cuyo nombre real era Estrella, la vieja más elegante y con más desparpajo que conocí en mi vida.


Recuerdo como me llevaba de aquí allá por todo el barrio, hablando con unos y otros, y como yo le exigía irnos si no me gustaba con quien parloteaba.

Recuerdo su negro olor a jabón de la Toja y el tacto de su trenza blanca y mojada justo antes de convertirse en un moño con el que ya quedaba perfectamente arreglada.

Recuerdo su piel morena, dulce y arrugada.

Recuerdo su hermosa sonrisa y sus grandes carcajadas.

Recuerdo el olor a sol que dejaba en su pelo el verano, y sus abrazos de dulce astracán, cuando el invierno, cargado de lluvias y nieblas, entraba por nuestra ventana.

También recuerdo su mirada perdida y la profundidad de sus ojos verdes acariciando el vacío que ya fabricaba su alma.

Sus ojos eran la única parte de su físico que me permitían saber cuando ella se sumergía en los oscuros pozos que ya le regalaba la nada que la asediaba. En mis recuerdos, hasta hace nada, la tristeza era verde Mamatín.

Un día, mientras ella me sentaba en mi bacinilla, le pregunté :
-¿Mamatín, cómo puedes reírte tanto y tener los ojos mas tristes de todas las abuelas?
Y ella me respondió:
-¿y tú, cómo puedes ser tan pequeña y saber tanto de una vieja gloria como yo?
-No sé cómo, pero yo te veo por dentro abuela, además te quiero mucho, más que a nadie.
- Pues sólo por eso, mereces que te cuente a ti, y sólo a ti, porqué mis ojos están tan tristes:
Yo era un mujer feliz, tenía tres hijos, vivía en una casa preciosa llena de amigos, plantas y pájaros y estaba locamente enamorada del hombre más cariñoso y generoso de la tierra, pero un día, de repente, enviudé y los ojos se me quedaron así para siempre.
- ¿Y que es enviudar abuela?
- Enviudar a veces es que se te muera tu marido, pero otras, como me pasó a mi, es que la vida te arranque el amor de tu piel, que te robe el sosiego y que tengas que seguir viva y riendo para que tus hijos sean felices. Así enviudé yo, loca de amor por tu abuelo. Y loca de amor por tu abuelo sigo buscándolo entre los agujeros que ahora tiene mi memoria.
-¿Tú memoria tiene agujeros?
-Sí, muchos, pero ese es un secreto que sólo sabemos tú y yo.

Ese fue el primer secreto que alguien me regaló, y lo recuerdo muy bien, porque no fui capaz de hacer caca, y al día siguiente me tuvieron que poner uno de esos horribles supositorios de glicerina, mientras yo gritaba que la culpa era de mi abuela por darme un secreto a guardar, justo en ese momento que más que de guardar era de soltar. He de reconocer que casi todo lo que acontece en mi corazón tiene consecuencias en mis intestinos

TROZOS I: River Man... for lilac time



Going to see the river man Voy a ver al hombre del río

Going to tell him all I can Voy a decirle todo lo que pueda

About the plan Sobre el plan

For lilac time. Para el tiempo de las lilas.

jueves, 22 de noviembre de 2007

LA NIÑA I: El nacimiento:




Dicen que nací con una almorrana y un callo, pero mi padre siempre lo negó, él siempre dijo que lo único extraño que vio en mí estaba en mi mirada, que mis ojos cambian de color y que si te fijas bien en ellos se ven algas encerradas. Algas verdes, lilas y moradas, pero nada de callos, ni almorranas. También dicen que nací a las 11.20 de una mañana de marzo con las mimosas tiñendo de amarillo el verde del bosque, la humedad escribiendo sobre la hierba promesas de primavera y el viento trayendo y llevando aromas de frutas que sólo existen en verano. Dicen que fue a esa hora pero que el personal de la maternidad no informó ni a mi padre, ni a mis abuelas de mi llegada y que vivieron en ese engaño hasta las cuatro de la tarde, hora de la visita , cuando me encontraron en la cuna disfrazada de indio en pie de guerra, con una gran raya negra sobre los ojos, por un líquido derramado que, por aquel entonces, nos echaban a los niños. Una enfermera, abandonada ese mismo día por su amor, lo dejó caer sobre mí en medio de su tristeza y descontrol. Esa misma noche se suicidó. La encontraron en la morgue del hospital vestida con su ajuar de novia dentro de un ataúd que esperaba llenarse con otro cuerpo y que ella hizo suyo. Lo había dejado todo preparado para ser encontrada: velas encendidas, perfumes, pétalos, versos y sentencias que dejó escritas sobre el frío y tétrico suelo antes de tomarse la morfina.
“Sin tus caricias no sabré vivir” “Sin tus labios sobre los míos la vida duele tanto que no puedo seguir en ella
Su rostro de muerta dicen que era tan dulce que todo el mundo le dio la razón.
En el cementerio de los ingleses, el mismo de los suicidas, frente a la ría, un empleado municipal plantó junto a su tumba una gardenia, que, desde entonces, tiñe el aire con el olor del nombre de la que había sido su amada.

Dicen que desde que nací volvía loco a mi padre y que incluso se afeitó su sagrado bigote porque mis gestos delataban disgusto cuando me besaba.
Dicen que mi hermano quiso quererme, pero que no pudo presa de un feroz asedio de burlas y celos llevado a cabo por su propio padre, el mismo hombre que ante mi presencia se derretía.


Dicen que los pechos de mi madre, con los pezones hundidos hacia dentro, no me dieron de comer, así que después de sufrir la tortura de vómitos y diarreas por leches de distintas vacas y distintas aguas, el médico decidió alimentarme con leche condensada y agua hervida del grifo de mi barrio. Pero también dicen que a los 6 meses no sólo decía papá y agua, si no que comía guisos de carne con patatas esmagadas.
Dicen que tenía que haberme llamado Marina, o Estrella pero que un pulso entre abuelas acabó con mi padre encomendándome a San José, nombre del que yo siempre renegué. Pero tuve la suerte de que cuando yo nací a todas las niñas nos ponían, delante o detrás, el nombre de María.
Dicen muchas cosas de mí que yo no sabría decir si son ciertas, pero desde los 13 meses me da igual lo que otros digan de mí, porque ya lo recuerdo todo