Con tacto de cuero viejo y entrañas de brillante cristal multicolor, era el aparato que fabricaba mundos a su medida y que labró en su cerebro de niña el camino que habían de seguir sus sueños de dormida.
Las tediosas horas de invierno, en las que el traqueteo de la máquina de coser de su madre flotaba por la casa aburriendo hasta a los relojes, se desvanecían en cuanto ella ponía el caleidoscopio en su ojo izquierdo.
Universos cambiando del granate al verde, y del verde al ámbar, la seducían hasta el punto de querer compartir cada una de esas composiciones con su madre o con su abuela.
El cristal granate aún hoy en día le parece la joya más hermosa por la emoción que le evoca, pero fue el cristal transparente e incoloro él qué más llegó a fascinarla, ya que descubrió que él era el que lograba atrapar objetos de la vida real y meterlos en su artefacto mágico.
Las tediosas horas de invierno, en las que el traqueteo de la máquina de coser de su madre flotaba por la casa aburriendo hasta a los relojes, se desvanecían en cuanto ella ponía el caleidoscopio en su ojo izquierdo.
Universos cambiando del granate al verde, y del verde al ámbar, la seducían hasta el punto de querer compartir cada una de esas composiciones con su madre o con su abuela.
El cristal granate aún hoy en día le parece la joya más hermosa por la emoción que le evoca, pero fue el cristal transparente e incoloro él qué más llegó a fascinarla, ya que descubrió que él era el que lograba atrapar objetos de la vida real y meterlos en su artefacto mágico.
Los dibujos de un jarrón chino, el dorado remate de una sopera de porcelana, el vestido de una muñeca, o la tela de un paraguas, acaban fragmentándose y agrupándose con tanta belleza, que ella dedujo que lo que en realidad estaba viendo eran almas de poetas, de artistas, de seres sensibles cuyas almas se habían roto con la guerra. Su abuelo le había dicho que en el tiempo de los generales las almas de muchos poetas se habían roto como el cristal.
Las horas fabricando mundos caleidoscópicos la hacía sentir un poder casi divino. Según moviese la mano, podía ser hacia un lado u hacia otro, o simplemente con una ligerísima sacudida, pero un mundo desaparecía y otro, tanto o más hermoso, aparecía ante sus anhelantes ojos de niña de siete años que jamás conoció el aburrimiento. A veces le gustaba tanto uno de aquellos universos que transcurrían eternidades infantiles y ella seguía con su diminuta y regordeta mano totalmente quieta hasta el llanto, cuando no conseguía mantener la inmovididad, y se rendía ante la necesidad de cambiar de postura.
Soñaba con un aparato que reproduciría lo que veía su ojo izquierdo y que lo proyectaría a su alrededor por techos y paredes para que todos pudiesen verlo como ella. Necesitaba compartir aquella belleza que había creado de modo casual pero a fuerza de mucha experimentación y tesón. También soñaba que se hacía tan pequeña, cosa que le resultaba más fácil y creíble, que cabía dentro de su caleidoscopio y que allí, en ese lugar, donde la belleza y los cambios se darían casi a su antojo, construiría su vida.
Sabía que a veces sus movimientos para cambiar de escenarios le harían saborear la tristeza por la belleza perdida, pero otro salto de los suyos, u otra sacudida de nuevo la enamoraría de otro universo de cristal, y volvería a sentirse envuelta por otra alma rota de poeta que el azar y ella habían logrado reconstruir. Y lo sabía por tantos y tantos intentos en los que nunca consiguió, por más que lo intentó, colocarlo todo como antes del último movimiento, del último golpe…
De niña, cuando una vez consiguió abrirlo y ver como era por dentro, llegó a pensar que en su cabeza también había espejos donde rebotaban pensamientos y visiones, cómo los cristales de colores lo hacían en él. Y es que hay un momento en sus viajes hacia el sueño, justo antes de perder la consciencia, en que si por un sobresalto la vuelve a recuperar, ve con toda claridad las imágenes caleidoscópicas que nacen en ella antes de sus sueños de dormida. También, en ese momento, aveces, se le aparecen algunas cajas de muertos que pretenden que juegue a las adivinanzas con ellas.
El caleidoscopio se instaló en su cerebro sin darse cuenta, pues su mente fragmenta y compone imágenes del mismo modo que el artefacto: los cristales de color se los regala la memoria cargada de emoción y de experiencia, el cristal transparente atrapa el presente y …a veces, sólo algunas veces…el futuro. Pero esto lo dejaré para la siguiente entrada
Las horas fabricando mundos caleidoscópicos la hacía sentir un poder casi divino. Según moviese la mano, podía ser hacia un lado u hacia otro, o simplemente con una ligerísima sacudida, pero un mundo desaparecía y otro, tanto o más hermoso, aparecía ante sus anhelantes ojos de niña de siete años que jamás conoció el aburrimiento. A veces le gustaba tanto uno de aquellos universos que transcurrían eternidades infantiles y ella seguía con su diminuta y regordeta mano totalmente quieta hasta el llanto, cuando no conseguía mantener la inmovididad, y se rendía ante la necesidad de cambiar de postura.
Soñaba con un aparato que reproduciría lo que veía su ojo izquierdo y que lo proyectaría a su alrededor por techos y paredes para que todos pudiesen verlo como ella. Necesitaba compartir aquella belleza que había creado de modo casual pero a fuerza de mucha experimentación y tesón. También soñaba que se hacía tan pequeña, cosa que le resultaba más fácil y creíble, que cabía dentro de su caleidoscopio y que allí, en ese lugar, donde la belleza y los cambios se darían casi a su antojo, construiría su vida.
Sabía que a veces sus movimientos para cambiar de escenarios le harían saborear la tristeza por la belleza perdida, pero otro salto de los suyos, u otra sacudida de nuevo la enamoraría de otro universo de cristal, y volvería a sentirse envuelta por otra alma rota de poeta que el azar y ella habían logrado reconstruir. Y lo sabía por tantos y tantos intentos en los que nunca consiguió, por más que lo intentó, colocarlo todo como antes del último movimiento, del último golpe…
De niña, cuando una vez consiguió abrirlo y ver como era por dentro, llegó a pensar que en su cabeza también había espejos donde rebotaban pensamientos y visiones, cómo los cristales de colores lo hacían en él. Y es que hay un momento en sus viajes hacia el sueño, justo antes de perder la consciencia, en que si por un sobresalto la vuelve a recuperar, ve con toda claridad las imágenes caleidoscópicas que nacen en ella antes de sus sueños de dormida. También, en ese momento, aveces, se le aparecen algunas cajas de muertos que pretenden que juegue a las adivinanzas con ellas.
El caleidoscopio se instaló en su cerebro sin darse cuenta, pues su mente fragmenta y compone imágenes del mismo modo que el artefacto: los cristales de color se los regala la memoria cargada de emoción y de experiencia, el cristal transparente atrapa el presente y …a veces, sólo algunas veces…el futuro. Pero esto lo dejaré para la siguiente entrada