En momentos difíciles suelo recurrir a los viejos amigos, así que me he vuelto a relacionar con mi amigo Martillo.
Martillo, además de acunarme con sus notas metálicas en las siestas de verano de mi infancia - las mismas horas en las que a los hombres del camping se les daba por tensar los vientos clavando picas en la tierra,- o de conseguir que me sienta bastante más segura con el simple hecho de tenerlo cerca de mi mano derecha, es capaz de ayudarme en muchísimas más cosas.
Últimamente, cuando la climatología -exterior e interior- nos hace pasar tanto tiempo a solas, suele invitarme a sujetar algunas cosas hermosas y cálidas que el percibe a punto de precipitarse al vacío y que sabe que yo no deseo se desprendan de mi cielo. Pero no se queda ahí la cosa, no, porque Martillo es tan buen clavador como experto arrancador de absurdos clavos y puntas mal nacidas. Esos seres de materia fría y retorcida que se empeñan en crecer dentro de nosotros para sujetar cuadros y fotos con las imágenes más jodidas.
Esta tarde, esperando la noche, Martillo y yo, estuvimos sujetando algunas estrellas arrasadas por el temporal que asola mi mundo. Cuando pensé que ya habíamos acabado, él continuó arrancando unas cuantas puntas que ya no recordábamos ni cómo habían llegado hasta la piel que envuelve mi memoria.
Si es que un amigo es un amigo sea sofá* o sea martillo.
* en referencia al cuento
"Óscar" en el que se cuenta que un amigo, entre otras muchas cosas, es como un sofá.