domingo, 21 de septiembre de 2014

Aniversario



Me di cuenta nada mas verlo, se había dado la vuelta sobre si mismo como las cintas estrechas que mi madre pespunteaba por el revés y  a las que solo se les podía voltear metiéndoles una aguja de calcetar o un ganchillo, dependiendo del tamaño de la cinta. Hacerlo requería poseer una gran habilidad y mucha paciencia. De pequeña nunca lo hice bien,  me temo que de mayor tampoco.

- Ya no está – sentí-  Ya no está ni en su mirada.  Se ha ido, se ha ido  del todo…Volcado hacia dentro como una cinta de las que nunca supiste voltear. –escuché como mi corazón le decía a mi oído mientras mi mente procesaba la palabra amputación y mi estómago se retorcía con dolorosas punzadas.

Hasta ese momento yo  esperaba que todo aquello solo fuese un descanso a la desesperación, un duro y terrible tiempo muerto en el que encontrar algún camino,  algún modo de volver a acercarnos, para irnos o quedarnos, pero con el cariño que merecemos el uno de la otra y la otra del uno.

Su mirada era de hielo, gélida, rígida, distante…impactante. Sentado frente a mi, por primera vez desde que se llevó sus cosas,  percibí su cuerpo como un butacón  abandonado a la puerta de una casa en ruinas y  su corazón como un armario empotrado arrancando de su lugar salvajamente. Viéndolo frente a mi, a pesar de la mirada de hielo dada la vuelta,  reconocí las ropas viejas e inútiles de las que no se había podido desprender y los labios del hombre con el que compartí más que mi vida.

De pronto sus labios dejaron de serlo para convertirse en caño del que manaban palabras que me negaban cualquier posibilidad de acercamiento; también me decían que ellas, a nosotros,  ya no nos servían para nada. Las palabras eran frías sí, como el agua de una fuente, pero nada que ver con lo que desprendían aquellos ojos, ellos solos me enseñaron la dimensión de lo que sucedía en las profundidades de aquel abismo: hielo, piedra, estalagmitas... El dolor en estado puro calcificándose en coraza. Y yo era la que lo había provocado, decía aquella mirada.
Yo a él, sí, y él a mi, en viceversa contínuo. Un viceversa que esta vez nada tenía que ver con Benedetti.

Elegir entre seguir viviendo la desesperación con él, o la desolación sin él.  Elegí lo segundo.


Hoy estamos de aniversario, el destino marcó  la misma fecha  para celebrar nuestra unión que para apartarnos. Solo puedo celebrar lo primero, lo segundo nunca será motivo de fiesta.




1 comentario:

Anónimo dijo...

He vuelto aquí después de mucho tiempo y me encuentro con tu tristeza.

Te mando una rosa de las mías y una hortensia azul de las tuyas (que hace días decoran mi cocina).

Besos!